La experiencia de un emprendedor: mi comienzo

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La experiencia de un emprendedor: mi comienzo

Comienzo del proyecto, la idea.

Ya que creo que las experiencias de la vida pueden tener un objetivo, más allá del hecho inmediato en sí mismo, he decidido compartir las mías en el terreno del emprendimiento profesional, por si a alguien le sirve lo que de ellas extraiga para mejorar sus propias vivencias en este ámbito.

Sobre todo, lo que realmente me interesa al hacer esto es poner sobre aviso a las personas emprendedoras, o que estén pensando en hacerlo, de aquellas cuestiones que les pueden traer problemas, para que tengan la oportunidad de prevenirlos o de  evitarlos, si esto es posible, porque hablar sobre las bondades del emprendimiento no me parece nada útil; eso es algo que cada uno tiene que valorar por sí mismo, igual que el hecho de si se tienen o no los requisitos necesarios para ser emprendedor/a (como para cualquier otro tipo de profesional) ya que, según mi experiencia, no todo el mundo puede serlo, por lo menos con una cierta garantía de éxito, a diferencia de lo que se nos quiere hacer creer a nivel institucional.

Empecemos con mi historia…

¿Cómo me hice emprendedor?

En febrero de 1990 yo tenía 24 años, no contaba con estudios medios ni superiores (lo único que tenía acabado era el Bachillerato y el COU) y llevaba trabajando desde los 16 años en diversas cosas, al principio de forma esporádica, porque en mi casa no teníamos una buena situación económica.

En aquel momento, uno de los miembros de la cooperativa de servicios en la que yo trabajaba como mensajero, conduciendo una pequeña furgoneta propia, me comentó que tenía una idea para montar una empresa y que quería compartirla conmigo, por si me interesaba asociarme con él.

Esta fue la semilla, el inicio de mi “carrera” como emprendedor. La idea no era propia pero, al crecer el interés en mí por ella, llegaría a convertirse también en “mi idea”.

El primer paso: “estudiar” el mercado.

Imagen de Markus Spiske en Pixabay

La propuesta consistía en un método innovador para realizar servicios de transporte especializado de unos objetos delicados, garantizando la seguridad de estos. En principio me pareció interesante, por lo que me puse a pensar sobre ello.

Lo primero que hice fue fijarme en la gran cantidad de estos artículos que se veían a simple vista, así como en los establecimientos que comerciaban con ellos, es decir, valoré el posible mercado.

Y digo “valoré”, en lugar de “estudié”, porque NO hice un verdadero estudio del mercado, simplemente me fijé en la proporción de artículos que pude apreciar, «a ojo», como objeto de mi posible negocio, así como de los puntos de venta y de servicios post-venta que veía por la ciudad, pero sin profundizar ni informarme de las cantidades exactas (o aproximadas) al respecto, ni tampoco de otros muchos factores relacionados con dichos artículos que eran de extrema importancia, como por ejemplo:

#1. Número de empresas que ofrecían el servicio que yo quería dar y sus experiencias al respecto: nivel de rentabilidad, inconvenientes, necesidades de explotación (personal, vehículos, local…), amortización y renovación de los vehículos necesarios, tipos de clientes, etc.

#2. Potenciales clientes y sus características, con cantidades concretas en el ámbito geográfico que quisiéramos abarcar: clientes particulares (tipos diferentes de personas que usaban y/o adquirían el artículo), establecimientos de venta y servicio post-venta, otros posibles clientes que no eran obvios para mí, etc.

#3. Los diferentes usos que podían tener dichos artículos, lo cual me podía aportar valiosa información sobre los tipos de clientes y sus diferentes niveles de necesidad, exigencia, poder adquisitivo…

#4. Circunstancias laborales y personales que rodeaban a las otras personas que se dedicaban al mismo sector en el que yo quería emprender.

Y esto por citar solamente lo que ahora me viene a la mente de forma rápida.

Vamos por pasos.

En mi caso particular, del punto 1 no hice nada en absoluto, solamente la observación visual de la que hablé antes; sobre los puntos 2 y 3 saqué conclusiones totalmente subjetivas, haciendo servir mi imaginación; y sobre el punto 4…

Bueno… este último punto es especialmente doloroso de recordar porque, de haber hecho mis “deberes” en este sentido, posiblemente mi vida desde entonces (ahora tengo 54 años) no hubiera aglutinado la cantidad de desastres que a día de hoy puedo contar.

¿Y por qué fue así?

Porque uno de los grandes peligros para los emprendedores se encuentra en nosotros mismos y es, paradójicamente, también el elemento de valor más importante y nuestra mayor fuente de energía y creatividad.

La ILUSIÓN: un arma de doble filo.

Imagen de Mabel Amber en Pixabay

La misma ilusión que nos hace ser brillantes y resolutivos, y la que nos ayuda a sobreponernos a los problemas, obstáculos y decepciones, es la misma que nos nubla la vista ante posibles desengaños y la que no nos permite ver algunos de los peligros que son evidentes para otras personas.

La ilusión que tenemos en esa idea que nos parece revolucionaria o, simplemente, útil para los demás.

La ilusión por tener un negocio propio que nos solvente la vida sin depender más que de nosotros mismos; lo cual NO es totalmente cierto, pero así es como solemos verlo.

La ilusión de crear algo sin tener que pedir permiso al jefe o al dueño de la empresa, porque nosotros somos todos esos.

La ilusión de ser los dueños de nuestro tiempo y poder organizarlo a voluntad. Esto tampoco es cierto en la inmensa mayoría de los casos, pero es lo que “nos venden”.

En definitiva, la ilusión por ser felices haciendo algo que -aparentemente- nos gusta y que nos va a permitir vivir como queremos.

Esa misma ilusión fue la que me hizo dar por sentado que aquellos que se dedicaban a lo que yo quería hacer -sin preguntárselo en ningún momento- debían vivir bien y que yo lo haría aún mejor, ya que estaba convencido de que mi método de trabajo iba a superar al suyo, permitiéndome ganar más dinero que ellos por mis servicios.

 ¡Y me estoy refiriendo a personas que podían llevar 30 años o más al pie del cañón en sus negocios!

La ilusión me impidió ser realista, me hizo arrogante, pero la realidad se impuso a la ilusión, finalmente.

A tener en cuenta

Hacer suposiciones es un tremendo error a la hora de emprender, como para casi cualquier cosa en la vida.

Cuando nos proponemos iniciar cualquier actividad profesional, las suposiciones equivalen a posibles errores, ya que podemos “saber” lo que se aprecia a simple vista pero también desconocer totalmente otras características o factores que forman parte por igual de esa actividad, pero que sólo conocen aquellos que se dedican a ella.

Para no entrar en detalles, sólo diré que no me podía imaginar las condiciones de semi-esclavitud en que vivían las personas que se dedicaban a ese sector, teniendo empresas totalmente consolidadas.

Aunque era “más” joven entonces, tampoco era un total ingenuo, solamente tuve un exceso de confianza, falta de realismo y de búsqueda de información. ¡Suficiente para tener un mal resultado!

Yo «calculé» (imaginé) que esa dependencia de los socios hacia la empresa  se podría producir durante los dos o tres primeros años de funcionamiento, pero no fue así. Y no porque lo hiciéramos todo mal sino, simplemente, porque  las circunstancias que rodeaban a ese tipo de negocios en nuestro país NO PERMITÍAN otro tipo de funcionamiento, algo que mi socio y yo desconocíamos por completo porque no investigamos lo suficiente en la fase previa al arranque del proyecto.

¡Así de sencillo!

Ahora sé que todo lo que gira en torno a ese sector está estructurado de tal forma que es prácticamente imposible vivir de él sin estar permanentemente pendiente de la empresa, pero no solamente al otro lado de un teléfono o de un ordenador, cosa que permitiría una cierta “libertad”, sino de forma presencial.

Mi gran error, o uno de los más importantes, fue el no informarme de manera exhaustiva sobre todo lo que pudiera estar relacionado con ese sector empresarial, dejándome llevar completamente por mi gran ilusión y mi arrogancia, suponiendo que sabía todo lo necesario y sin querer ver en profundidad todo lo que pudiera representar un inconveniente para lo que, yo pensaba, era una idea genial de negocio.

Y hasta aquí esta fase inicial de mi experiencia como emprendedor.

Repito: “MI” experiencia; que seguro es totalmente diferente a la de otras muchas personas… pero también muy similar a la de otras.

¿Desanimados o desanimadas?

Espero que no, mi intención no es esa, sino que esteis mejor informados para que podáis tomar vuestras propias decisiones con mayor conocimiento de causa, no simplemente en base a la constante propaganda plagada de bondades  sobre el emprendimiento.

Continuaré en el próximo artículo con la siguiente parte de mi historia: el arranque de mi empresa.

¿Te la vas a perder?

Imagen principal de Arek Socha, en Pixabay. Libre de derechos.

 

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