Mi experiencia como emprendedor: perdiendo el control
En el artículo anterior expliqué cómo se produjo la disolución de la sociedad que tenía con mi socio, quedándome la totalidad de la empresa para dirigirla en solitario.
Después de esta ruptura, que me causó una doble pérdida ya que mi socio había sido también mi amigo, la trayectoria de mi empresa sufrió una serie de vicisitudes que, si bien se podrían calificar de meras anécdotas, a nivel emocional me causaron un gran desasosiego, con momentos en los que tuve miedo de que mi familia o yo sufriéramos algún tipo de agresión, como así ocurrió en mi caso.
Para no extenderme demasiado en esta cuestión, sólo diré que tres de los vehículos de mi empresa sufrieron un sabotaje el mismo día de la marcha de mi socio y de su hijo (la “broma” me supuso el pagar la reconstrucción de tres motores) y, a los pocos días, forzaron la puerta trasera del local y me robaron todos los ordenadores de la empresa. De este último hecho supe posteriormente, de forma fehaciente, que el autor había sido el hijo de mi socio, aunque todos los indicios iniciales ya apuntaban hacia él.
Estos hechos me generaron un sentimiento de rabia tan grande que perdí totalmente el control y me dejé llevar por la ira, llamando por teléfono a mi socio y diciéndole todo lo que sentía en aquel momento, incluyendo las acusaciones directas por todo lo ocurrido pero, en el acaloramiento de la discusión, no me referí solamente a los hechos actuales, sino a todo lo mal que yo lo había pasado durante años, por el hecho de haber creído en él casi como si se tratara del padre que perdí cuando era yo muy niño.
Cuesta abajo y sin frenos
Aquella explosión de rabia -la actual y la reprimida durante años-, en la que mi antiguo socio y yo nos cruzamos acusaciones y reproches terribles, junto al odio que sentía por la enorme decepción que había tenido con aquella persona en la que había confiado ciegamente, unido todo ello al sentimiento de injusticia e impotencia que me producía la situación en general, me situaron en un estado de nervios y de ceguera emocional que me impidieron pensar objetivamente, lo cual ya he comentado en otros artículos que es uno de los grandes peligros a la hora de gestionar un negocio propio.
Está claro que, en aquellas circunstancias, a la mayoría de las personas les hubiera costado mucho mantener la cabeza totalmente fría; somos humanos y, por tanto, básicamente emocionales, pero en nuestro rol de empresarios debemos hacer los esfuerzos necesarios para tener la mayor perspectiva posible y evitar perder el control de las situaciones en que nos encontremos.
En mi caso particular, las consecuencias fueron que el hijo de mi socio se presentó en la empresa para pedirme explicaciones sobre las acusaciones que había vertido sobre él y, no contento con lo que ya había hecho, me propinó un puñetazo. Como resultado de ello acabamos los dos en el Juzgado, donde no se dignó presentarse mi antiguo socio, sino sólo su esposa. Como yo siempre había comprendido las “anómalas” circunstancias que hacían que la familia de mi socio fuera extremadamente peculiar, una vez más busqué la conciliación y, en aquel momento previo a entrar en la sala del Juzgado, hablé con el hijo de mi exsocio y con su madre, para intentar zanjar aquella desagradable situación de una vez por todas.
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Tengo que explicar que, desde que ocurrieron todos aquellos robos y sabotajes, yo vivía en un permanente estado de miedo ante cualquier ataque personal que pudiéramos recibir mi familia o yo, porque sabía que el hijo de mi socio (psicológicamente poco estable) no había encajado nada bien que su familia dejara la empresa, ya que él se sentía como el lógico sucesor de su padre al frente de ella. Vivir con este miedo constante fue lo que me llevó a intentar un último acuerdo con aquella familia, para que se olvidaran de mí y de los míos, a cambio de anular la denuncia por la agresión que nos había llevado hasta allí.
En un primer momento, el hijo de mi exsocio me habló con rabia, expresando lo que yo ya sabía sobre que me hacía culpable de que su padre hubiera dejado la empresa, a lo que su madre le respondió que se callara porque desconocía de lo que estaba hablando (yo nunca le había dicho a él nada sobre el robo del dinero que había cometido su madre) y que yo no era culpable de nada.
Esto fue lo que hizo que aquel joven, que se había hecho sus propias suposiciones sin que nadie se las corrigiera, me pidiera perdón y se comprometiera a dejarme en paz para siempre, lo cual ha respetado.
¿Para qué he contado todo esto?
Además de que el hecho de expresar públicamente algo que uno ha guardado durante mucho tiempo, tratándose de una etapa oscura de su vida, es una terapia buenísima que ayuda a “pasar página” y a sentirse liberado emocionalmente, mi objetivo al hacerlo en este artículo es el de ejemplificar lo siguiente:
#1. Puede ser muy complicado gestionar un proyecto emprendedor en el que se mezclen relaciones personales o familiares, como ya comenté en anteriores artículos.
No es imposible, evidentemente, pero se debe tener el máximo cuidado a la hora de clarificar muy bien todos los términos del acuerdo profesional, para no dejar nada a la interpretación o a posteriores actuaciones que puedan sorprendernos negativamente, como ocurrió en mi caso.
#2. En este asunto concreto, mi gestión emocional fue prácticamente nula: simplemente me dejé llevar por las emociones y eso causó una escalada del conflicto que acabó en un acto violento, por suerte, sin consecuencias demasiado graves.
Una de las actuaciones que yo hubiera podido llevar a cabo, y que seguramente hubiera mantenido las aguas dentro de su cauce, hubiera sido simplemente la de informar a mi exsocio de que había puesto una denuncia por los hechos ocurridos, por si él pudiera tener idea de quién había sido el causante de ellos, dándole la oportunidad de rectificar a cambio de retirar dicha denuncia.
Este simple aviso, sin entrar en otras cuestiones personales que ya no eran realmente relevantes, hubiera sido una demostración de auto-control y de seguridad por mi parte mucho más útil que toda aquella explosión de ira desmedida, que sólo consiguió alterar gravemente mi estado de ánimo y provocar todo lo que vino después.
#3. Por último, de lo único que me siento realmente orgulloso en todo este asunto es de mi intervención en el Juzgado para resolver el conflicto de forma permanente, que es lo que se debe buscar a la hora de gestionar cualquier conflicto: la resolución satisfactoria para todas las partes y de forma sostenible en el tiempo.
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Cuando somos los líderes de un proyecto de emprendimiento debemos disponer de niveles altos en muchas competencias y capacidades, y una de ellas es la Gestión de conflictos, puesto que estos formarán parte de nuestro proyecto, lo queramos o no, ya que son inherentes a todas las actividades del ser humano.
Evidentemente, no tienen por qué tratarse de conflictos del tipo que me ocurrieron a mí, tan personales, pero es totalmente normal que surjan situaciones conflictivas con clientes, proveedores, competidores, socios, bancos, administraciones y con cualquier persona o entidad que tenga algún tipo de relación con nuestro proyecto.
La diferencia entre tener o no continuidad como emprendedores puede encontrarse, en muchas ocasiones, en nuestra capacidad para gestionar esos conflictos de la forma más positiva y duradera posible.
En el siguiente artículo explicaré cómo influyó mi posterior estado emocional en lo que podríamos llamar “el principio del fin” de mi empresa, para ver la importancia que tiene el conocerse realmente a uno mismo y ser coherente con ello.
¿Te lo vas a perder?
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